31 marzo 2008

Casado con Lost, por Hernán Casciari*

Lo siguiente es un artículo de la revista CINEMANIA del mez de marzo de 2008, que postéo porque sencillamente me pareció un ejemplo clarísimo de lo que los fanáticos acérrimos de Lost sentimos por la serie que acaba de estrenar su cuarta temporada.


A esta altura, después de más de setenta capítulos devorados en más de tres años, ya soy un experto en esperar a que vuelva Lost. Ya no siento ese dolor punzante en las tripas, ni me muerdo las uñas por la noche. Y es que, en todo este tiempo, nuestra relación ha madurado mucho. ¡Ah, me acuerdo de cuando acabó la primera temporada, qué desazón más grande! Me quedé con los ojos como huevos duros, viendo cómo Jack y Locke abrían por fin la puerta secreta y la cámara bajaba hacia el negro más profundo. Y después, nada. Cuatro meses enteros de ansiedad, conjeturas y abstinencia.

La primer temporada de Lost fue como el inicio de un noviazgo salvaje. Como esos amores a primera vista en donde sólo cabe pensar que la vida será maravillosa y que nada, en todo el mundo, nos sacaría del paraíso. Acción, suspenso, misterio... Pero entonces, un día cualquiera, ella nos dice: "Corazón, tengo que irme cuatro meses a estudiar a Suiza, ¿me esperás?". Y el mundo se viene abajo. Pero no el amor.

Y nos quedamos esas dieciséis semanas como estúpidos, pensando en el día exacto en que volveremos a sus brazos. La distancia, en vez de darnos respuestas, nos llena de nuevas preguntas: ¿pensará ella en mí?, ¿qué hacía un oso polar en una isla del pacífico?, ¿se habrá acostado con algún estudiante suizo?, ¿qué misterios esconderán los Otros?... Intentamos distraernos, salir a la calle, ver a otras mujeres, pero nada tiene sentido sin sus besos. Vemos tres o cuatro episodios de CSI, coqueteamos con Grissom, pero no es lo mismo si nos falta el humor de Sawyer. Nuestra cabeza está en otra parte, en la brisa de la isla, lejos, en un futuro que nunca había tardado tanto.

Y entonces, un día, suena el timbre por la tarde y vemos el primer episodio de la segunda temporada. ¡Ah, qué dicha más grande, cuántos abrazos! Volver a ver un nuevo episodio después de tanto tiempo es como tocar el cielo con las manos. Es tan grande la necesidad de Lost que no importa que las nuevas tramas no traigan consigo ni una sola respuesta a las viejas preguntas. Ni una. Como cuando regresa de Suiza la novia amada y no nos quiere contar qué ha hecho, con quién ha estado, si ha conocido a alguien. Y además llega con el pelo corto y fumando Lucky Strike. Mala cosa. Pero no nos importa, claro que no, mientras esté otra vez en casa, sana y salva. Le perdonamos el silencio porque la amamos. Le perdonamos incluso lo que nos oculta.

La amamos tanto, y ella a nosotros, que un buen día decidimos vivir juntos, ser una pareja formal, y es entonces cuando comienza la rutina del amor. Descubrimos en ella algunos defectos: deja las ollas sucias sin remojar, abre nuevas incógnitas sin cerrar las anteriores, aprieta la pasta de dientes por delante, aparece una imagen del gordo Hugo en un flashback de Sayid, se le queman las milanesas, hace uso abusivo del humo negro... Pero no nos importa, porque estamos enamorados.

La segunda temporada de Lost es un matrimonio entre la serie y el espectador. El salvajismo del amor le ha dejado paso al disfrute de las pequeñas cosas, a la caricia velada, y al café con leche por las mañanas de domingo. Ya sabemos que nada es perfecto en la pareja, que hay muchos flashbacks que no tienen sentido aparente, que hay roces y gestos deganados, pero nadie nos quita del sofá esos lunes por la noche. Estamos cómodos en casa, y es bueno sentir el calor del otro cuerpo en la cama, aunque no nos creamos que Walt haya crecido tanto. Somos una pareja estable. Y entonces ocurre la primera crisis. Al final de la segunda temporada, justo cuando los Otros atrapan a cuatro de nuestros mejores náufragos, ella nos dice: "Necesito espacio, me voy a casa de mamá unos meses para pensar mejor... Quiero saber qué siento." Y otra vez nos deja solos en casa, sin entender qué va a pasar con nuestras vidas, ni tampoco a dónde se ha ído Michael en ese barco tan pequeño.

Pero nosotros ya no somos ese novio primerizo que no sabe qué hacer sin el amor de su vida.En este segundo impasse nos sentimos vivos, andamos en calzoncillos por toda la casa, disfrutamos de la soltería... Y un día conocemos a Héroes (la abstinencia absoluta es difícil) y le metemos los cuernos a Lost mientras está ausente. Héroes es mucho más intensa, hay gente que vuela, tipos que se caen de los puentes y no se hacen nada; es casi una adolescente. Aprendemos cosas nuevas, nos sentimos inmortales. Tenemos una amante más joven, ¡ah!, qué maravillosa es la vida. Y la televisión yanqui.

Pero unatarde de domingo, mientras estamos con Héroes en la cama, justo en medio del clímax, nos equivocamos de nombre y la llamamos Lost. "Ah, si, si, Lost, un poquito más abajo, ahí, en la escotilla." Y Héroes se pone como loca, se levanta de la cama y se va. Mucho no nos importa, porque desde el episodio once se estaba poniendo bastante pelotuda, con muchas explosiones y tramas cruzadas que no iban a ninguna parte.

Como por arte de magia, a la semana siguiente vuelve a casa Lost y sólo al verla, no antes, justo cuando vemos en la pantalla las primeras escenas, descubrimos cuánto la habíamos echado de menos.


La tercera temporada de Lost es la verdadera escencia del amor en pareja. Ha quedado tan lejos el oso polar, las primeras incógnitas, los subidones de adrenalina, la falta de respuestas... Todo es tan lejano y a la vez está allí, sin condiciones, en casa. Esa temporada es una mujer madura que ya ha vivido todas las vidas y ha regresado a nosotros por elección final, por voluntad superior. Las historias son más pequeñas y nos devuelven los sueños. Y esta vez sabemos, además, que nada es para siempre. El 23 de mayo del año pasado mi mujer se fue otra vez de casa. Y este receso no duró tres o cuatro meses, como los anteriores. Esta vez fueron ocho meses, casi un año entero si un nuevo episodio de Lost. Pero, como dije, ya soy un experto en esperar que vuelva. Cuando me siento triste, miro capíyulos viejos y recuerdo los antiguos besos, las primeras caricias; o entro a los foros de internet para escuchar a otros hacer conjeturas. Que todos están muertos y la isla es el Limbo, que se trata de un universo paralelo y el avión no cayó en este mundo, que la isla es una segunda oportunidad para seres desdichados. Que Hugo es Dios. ¡Cuántas cosas se dicen por ahí, y qué poco me importa!


Hace un par de días comenzó la cuarta temporada, y yo estaba tranquilo. Si, es verdad, había mandado las sábanas a la tintorería para que olieran mejor y comprado vajilla nueva. También había hecho un poco de ejercicio para que, cuando ella llegara, no me viera descuidado. Pero no estaba ansioso.

Ni siquiera pensé en preguntarle adónde había ido, ni quién es Jacob, ni por qué Libby estaba en psiquiátrico del gordo loco, ni cuánto tiempo pensaba quedarse en casa. No. No hice preguntas.


La cuarta temporada de Lost, ésta que acaba de comenzar a emitirse todos los lunes a las 21 hs. por AXN, es el amor puro entre una historia y su espectador, ese mismo amor fundamental que se explica en el Nuevo Testamento y al que muy pocas almas pueden acceder.

Es el amor que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta. Yo creo en Lost cuando me dice la verdad, pero también la amo cuando me miente. Y cada vez que se va, soporto su ausencia como un hombre. Y cuando vuelve, como ahora, abro el mejor champán y espero, a oscuras, que entre a casa y me engañe otra vez.

*Periodista y escritor argentino, radicado en España. Entre otras novelas, Hernán Casciari publicó Diario de una mujer gorda (Editorial Sudamericana), que, este año, será llevada al teatro y al cine. Además, colabora, como periodista en el blog "Spoiler" del diario El país, de España, donde analiza las propuestas de diferentes series televisivas.

20 marzo 2008

7 (bis...osea 14)

Ok, pasó en el 2008, pero por efecto directo de algo del 2007...

7 meses exactos depués de haberme hecho una cicatriz de 7 puntos en el mes 7 del 2007, es decir, un día antes del día de mi cumpleaños (26 de febrero de 2008 cumplí 21 años...múltiplo de 7...) terminé de leer el 7mo libro de Harry Potter, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte.

Test (q escuché en Metro y Medio)

Atenti, este es un test que realizaron unos psicólogos de eeuu.
Aca va:
Una mujer va al funeral de su madre, y ve un hombre al que nunca antes había conocido.
De éste se enamora a primera vista, y piensa que es el hombre de su vida.

La mujer, diez dias después, mata a su propia hermana.

Y la pregunta es, ¿POR QUÉ LA MATA?

Cuando haya más de alguna respuesta, o la respuesta correcta, les digo qué significa.
Si aciertan...significaría que son psicópatas, o tienen tendencia al psicopatismo.

18 marzo 2008

Lo que nunca acaba

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que sólo serán felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros.

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Una historia que todavía no acabo de leer (lo cual es irónico) pero me cautivó poderosamente, pese a odiar la película que Wolfgang Petersen hizo en los 80.
Fragmento de LA HISTORIA INTERMINABLE, de Michael Ende.